lunes, 16 de marzo de 2015

Al ritmo de su corazón

Pablo, recostado en el asiento, giró la llave hasta la posición de contacto. La tertulia de una emisora local invadió el coche y le martilleaba la cabeza. Acarició, apático, uno de los botones para cambiar de frecuencia, sin mirar, con la cabeza recostada e inclinada ligeramente hacia la izquierda. Fue música lo que dominó el ambiente esta vez, pero en su cabeza sólo rebotaban las palabras del médico y la discusión posterior con la madre de su hijo:
«No creo que aguante más de 24 horas. —Pablo no preguntó ni replicó al médico, tampoco cayó abatido, simplemente se fue de la sala.
Sin perder tiempo, al salir al pasillo, llamó a Luís, su abogado, amigo y hombre de confianza:
—Adelante, hazlo... Sí, ahora... No, no hay tiempo para pensar más, hay que cerrarlo ya. Avísame de inmediato...
—¡No puedo creerlo! —empezó a recriminar Emma, su ex mujer, que lo había seguido–, a tu hijo se le apaga el corazón y tú pensando en tus negocios —La expresión de ella retrocedió en el tiempo, a los reproches de sus últimos meses de matrimonio—. Creía que esto te había cambiado, pero veo que no —concluyó con tono de desprecio.
—Ahora no, por favor —contestó de forma pausada—. Tengo algo importante que hacer…
—¡Eso, vete!
Pablo, después de un eterno silencio, con la cabeza abatida y tras un suspiro, añadió:
—Luego te llamo, estate pendiente del teléfono.
—¡Lo que me faltaba por oir! —Emma no aguantó más, le dió la espalda y corrió junto a su hijo con las lágrimas enturbiando el camino hasta él.»
Apretó el botón del teléfono y se iluminó la pantalla, lo hacía a cada minuto, para comprobar que seguía encendido, impaciente, esperando que una llamada cortara el hilo musical de la cadena de radio. Los minutos se le hacían eternos y el bluetooth del teléfono no interrumpía la melodía.
A través de la ventanilla, el hospital se erguía imponente sobre las rocas, desafiante al borde de un precipicio de más de treinta metros. Las centenarias paredes de roca de aquella antigua fortaleza, capaces de resistir ataques durante siglos, eran fácilmente atravesadas por la mirada de Pablo. Veía a su hijo consumirse postrado en aquella cama, conectado a varios monitores, entubado. Permitió, por fin, que las lágrimas recorrieran sus mejillas, necesitaba llorar.
Adormilado, casi en trance, se encontraba Pablo cuando paró la música y entró una llamada. En la pantalla aparecía “Luís” en letras rojas. Pablo se enderezó en el asiento y pulsó el botón verde.
—Dime, Luís.
—Está hecho. La empresa está vendida... malvendida, y el dinero en el número de cuenta que me diste.
—Bien, ahora necesito un último favor, coge el sobre que hay encima de mi mesa, traelo al hospital y entrégaselo a Emma.
—Pero…¿De qué se trata?
—Es importante, ábrelo con ella delante y ocúpate de todo.
—Pero…
—Luís, lo entenderás en su momento. Muchas gracias por este gran favor, nunca podré recompensarte. Ahora no pierdas tiempo.
La armonía que irrumpió esta vez, tras finalizar la llamada, parecía transmitir más fuerza. Pablo tenía el pulso acelerado por la adrenalina. Miró al infinito y sonrió. «Es el momento», se dijo. Buscó a Emma en la lista de las últimas llamadas. Mantuvo unos instantes un dedo dubitativo sobre ella. No estaba seguro de querer hablar con ella, de escuchar sus reproches, y menos de que ella quisiera hablar con él. La echaba de menos. Añoraba los buenos momentos que había pasado con ella y se maldecía por no haber sabido mantener eso, por echarlo todo a perder, por obsesionarse con el trabajo y alejarse de ella poco a poco. Descartó llamarla. Abrió el whatsapp. De nuevo buscó el nombre de su ex mujer entre las conversaciones abiertas. Con una suave caricia accedió a ella. Miró unos segundos la foto de perfil. Le encantaba esa fotografía, le hipnotizaban esos enormes ojos verdes, los tirabuzones rubios que caían sobre sus hombros.  Volvió a la realidad y empezó a teclear. Arrancó el motor, cerró los ojos y dejó que la música apaciguara el ritmo de sus latidos. Abrió los ojos, suspiró y rozó el icono de enviar:
«Emma, te quiero, os quiero, espero que me perdones por haber desperdiciado lo más importante de mi vida.
Luís te dará unos documentos y entenderás mi comportamiento.
Ahora necesito que salves a nuestro hijo, avisa a los médicos, hay un corazón compatible.»
«Check»
«Doble check»
«Doble check azul»
Pablo aceleró a fondo.

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