miércoles, 2 de septiembre de 2015

Mi fantasma de la guarda

 –Paco, un whisky –pidió, al entrar en el bar.

 –Hola, Teo, ¿cómo vas? ¿Ha vuelto a hacer de las suyas, tu ex? –preguntó con tono de mofa.

 –Déjalo. Tienes razón, debí imaginarlo, o quizás soy sonámbulo y... –No quiso alimentar la mofa con su teoría, aunque estaba seguro de que Laura "tocaba" sus cosas mientras él dormía; le ordenaba todo de igual manera que hacía cuando estaba viva. Esa mañana, por ejemplo, se encontró las zapatillas perfectamente colocadas al lado de la cama; y las llaves que dejó en el bolsillo de la chaqueta, colgadas del gancho de la pared.– ¿Me pones ese whisky o qué? –dijo para zanjar el tema.

 –Yo ya no me ocupo de la barra. Helena, sirve aquí un whisky.

 Se acercó una chica morena, alta y delgada. Parecía indecisa, sus movimientos eran torpes, nerviosos, típicos del primer día de trabajo. Aun así, mostró la mejor de sus sonrisas y se mostró amable.

 –¿Un mal día? –preguntó mientras llenaba el vaso.

 –Uno más. –Ni siquiera miró a Helena. Bebió de un trago, sacó la billetera, dejó cinco euros sobre la barra, la volvió a guardar en el bolsillo interior del abrigo y se marchó.

 Llegó a casa y se fue directamente al dormitorio. Después de sacar la billetera y dejarla sobre la mesita, tiró la cazadora sobre una silla, se quitó los zapatos con el pie contrario y se dejó caer sobre la cama. «Que lo ordene ella», pensó en voz alta. Y se durmió así, sin acabar de desvestirse; sin quitar la colcha; atravesado, tal como había caído.

 Unos golpes en la puerta le despertaron. Aún no era de día. Teo miró el reloj, sólo habían pasado un par de horas. Un zumbido retumbaba en su cabeza. Volvieron los golpes.

 –¡Ya va! –gritó al tiempo que se incorporaba–. ¡¿Cómo no?! –susurró al ver los zapatos perfectamente colocados a sus pies.

 –¿Quién es? –preguntó alargando la e,con desgana. Abrió la puerta y se encontró con una mujer preciosa, morena, alta, delgada, con una mirada que le cautivó, le transmitía ternura, dulzura, hasta le pareció familiar.

 –Hola, Teo. Me envía Paco. Bueno, no, Paco me ha dicho que vivías aquí, pero él no me ha dicho que venga, me ha dicho que ya te la devolvería mañana, pero me ha parecido que podrías volverte loco buscándola y por eso te la traigo. –Soltó toda la explicación sin respirar, parecía nerviosa.

 –¿Perdona? ¿De qué hablas? –Al mencionar a Paco, supuso que era la nueva camarera. No podía creerse que no se hubiera fijado en esa belleza en el bar.

 –Tu cartera, la he encontrado en el bar cuando cerrábamos –dijo extendiéndosela.

 –Pero... No puede ser... Si yo... –tartamudeó girando la cabeza hacia la habitación.

 –Paco me ha dicho que te pasas por el bar cada noche antes de ir a casa, así que ya nos veremos mañana... –empezó a decir Helena a modo de despedida.

 –¡Espera!, te apetece desayunar conmigo mañana, es lo mínimo que puedo hacer por las molestias...

 –De acuerdo. –Aceptó con una sonrisa en la mirada.– Hasta mañana entonces.

A partir de aquel día, sus cosas no volvieron a ordenarse sin explicación lógica.

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