jueves, 17 de diciembre de 2015

Sólo cuando habla

Un día escuché decir a un charlatán de esos que pregonan su sabiduría universal por distintos programas radiofónicos, que vio a un grupo de hombres sentados en un bar y, “por sus pintas” (palabras textuales), supo que eran policías. Pues bien, yo, dueño del bar de enfrente de una comisaría, harto de verlos a diario, no sabría decir quién, aun estando uniformado, verdaderamente es policía. Allende altos, bajos, anchos o flacos, los hay brutos, amables, callados, chistosos... Y hasta sabelotodos como aquel tertuliano. Eso sí, distingo a un fantasma incluso a través de las ondas.

Con esas cavilaciones, observaba a un grupo de parroquianos habituales: tres reían las gracias de un cuarto, que poniendo voz grave y forzando visajes intentaba imitar a su jefe; otro parecía veranear en un universo paralelo. Algunos lucían barbas hipster, piercings o tatuajes;  ¿A ese aspecto se refirió aquel parlador?

El veterano comisario entró con paso decidido y expresión dura, y el gesto del parodiador  quedó congelado en una mueca. Tuve que hacer un esfuerzo para no reír.

―Buenos días, Comisario. ¿Lo de siempre?

―Tenemos un problema, Julián. ¿Está tu hermano?

―No. Le envié a comprar, no tardará.

―Si no está es que no va a venir, le he visto salir corriendo del hipermercado. Necesito hablar con él, puede ser el único testigo de un asesinato.

―¡¿Asesinato?! ¡¿Quién?! ¡¿Cómo?! ¿Está bien mi hermano?

―Él sí, tranquilízate. Han matado a un yonqui. Desde hace poco, también se dedicaba a pasar. Estaba detrás de él, personalmente, porque sospecho que su material es parte de un alijo que tenemos bajo custodia. Alguien del cuerpo está implicado, estoy seguro, y tu hermano podría saber quién. Sé que miente compulsivamente, pero es mi única esperanza. Necesito que estés presente para intentar sacarle la verdad.

Sí, miente, aunque sólo cuando habla. Los médicos dicen que es una forma de autoprotección parecida al autismo. Pero es la persona más inteligente que conozco.

Sólo podía haber ido a casa, así que para allá fuimos.

―No está aquí ―dijo el comisario―, ¿nota algo fuera de lugar?

―Si ha venido estará en su habitación.

En su cuarto tampoco estaba, pero, como le comenté al comisario, sí había estado:

―Esa pizarra está movida, siempre la tiene pegada a esta pared ―dije señalando la de la izquierda de la puerta―, quiere decirnos algo.

―Lo que ha escrito no tiene sentido. ―Se leía “9UP20d” con caligrafía de calculadora.

―Para él lo tiene.

―¿Y de qué nos sirve si no podemos entenderle? ―protestó.

―Es consciente de ello ―repliqué―. Sé que nos ha dejado algo para que le entendamos.

Miré desde otra perspectiva. Si había movido la pizarra era por algún motivo.

―¡Ahí, mire, un espejo! Él odia los espejos.

―¿Y qué significa eso?

―¿No lo ve? está enfrentado a la pizarra. Mire su reflejo. ¡La palabra cobra sentido!

―¿Bosque? ¡¿Qué cojones significa bosque?! ―El comisario empezaba a sulfurarse―. Ninguno de mis agentes se llama o apellida así. ¡Tu hermanito está jugando con nosotros!

―¡Está jugando, eso es! Necesitamos un diccionario, de pequeños jugábamos a esto.

―Espera, tengo la aplicación de la RAE en el móvil ―dijo sacando su smartphone.

―Busque la acepción más rara.

―A ver… ―Observó la pantalla―. ¡Barba! ¡No me jodas! ¿Cuantos putos hipsters hay en comisaría? ¿Diez, doce?

—¡Espere, ya lo entiendo! ―dije―. Está reduciendo las opciones: primero el bosque, es decir, la comisaría; ahora el tipo de árbol, los con barba… Creo que hay que seguir.

―No sé quién está peor, si tú o tu hermano. Esto es una pérdida de tiempo. Si le encuentras, llámame ―dijo el comisario con ademán de abandonar.

―Pruebe a buscar barba, no pierde nada ―insistí.

Con desgana, se puso a teclear de nuevo. Cuando obtuvo los resultados en pantalla los comenzó a recitar entre dientes:

―Uno: Parte de la cara… Dos: Pelo que nace en… ―Fue leyendo a medias cada una de las entradas―. Dieciocho: mmm ―Su voz ya no llegaba ni a susurro― Diecinueve, en desuso: Comediante que hace el papel de viejo o anciano. ¡Hijo de puta! ―gritó saliendo de la habitación.

Tras el portazo que dio el comisario al salir, mi hermano apareció del interior del armario. Su cara de miedo contrastaba con una difuminada sonrisa de satisfacción en sus labios.

La mañana siguiente el bar parecía una biblioteca. Las risotadas eran ahora murmullos. Quizá porque faltaba el chistoso, el imitador; quizá por el titular de las portadas: “AGENTE POLICIAL DETENIDO POR HOMICIDIO Y TRÁFICO DE DROGA”.