domingo, 15 de mayo de 2016

Tormenta de verano

Duró pocos minutos. En su pueblo, ubicado en un valle hermoso entre montañas, las tormentas de verano solían provocar riadas que arrasaban con todo a su paso y dejaban tras de sí un caos de ramas, piedras y arena que tardaban días en retirar de las calles. Los vecinos corrían a refugiarse en sus casas en cuanto comenzaba a llover. Aún no siendo de las más fuertes que Julio recordaba a sus ocho años, desde la ventana vio que la corriente ya casi alcanzaba el borde de las aceras elevadas, construidas así, a más de un metro sobre la calzada, expresamente para riadas como esa. Esa solución arquitectónica, junto a dos puentes estrechos en extremos opuestos del pueblo, permiten el tránsito de viandantes en riadas prolongadas.
Por la acera de enfrente apareció una silueta. Al principio, Julio no lo reconoció, pero detrás surgió la sombra inconfundible de Whisky, el perro del cartero. La tormenta debió sorprenderlos repartiendo el correo; iban empapados. El hombre llevaba el pelo lacio y mojado pegado a la cara, lo que hacía más pronunciada su nariz aguileña. La estampa le hizo sonreír.
―¡Ni se te ocurra abrir la ventana, eh! ―Su padre le leyó el pensamiento, porque era precisamente lo que iba a hacer, abrir la ventana, gritar y burlarse del cartero. Todos los chicos lanzaban mofas a Tomás cuando le veían, y él les gritaba haciéndose el ofendido, pero en realidad se apreciaban mutuamente.
El nivel del agua seguía subiendo. Tomás y Whisky giraban en la esquina de la calle del museo cuando de esta salió un tronco flotando que golpeó y desequilibró al hombre.
―¡Pico de loro ha caído al agua! ―Con el grito súbito no pudo evitar llamar al cartero por el mote que le habían puesto los críos.
Su padre se asomó y comprobó que la lucha del hombre contra la corriente era inútil.
―¡Llama a Fran, que baje rápido, a ver si podemos atajarle delante de su casa que se estrecha la calle! ―dijo el padre de Julio a su madre.
Fran vivía en la misma calle, unas casas más abajo, en la acera de enfrente. El niño corrió a mirar desde la ventana de su habitación, que daba a la parte baja de la vía. Vio a Tomás chapoteando calle abajo y a su padre correr para rebasar al náufrago. Se detuvo al llegar a una zona donde los bordillos quedaban ligeramente más próximos. Al momento, Fran salió de un portal justo frente a su padre. Fran llevaba una escoba en la mano. Los dos, arrodillados a la orilla y con el cuerpo inclinado sobre el caudal, alargaban su cuerpo todo lo que podían, uno usando los brazos y el otro el palo de la escoba, pero a Julio le parecía insuficiente, aún estaban muy alejados uno del otro y el cartero flotaba por la parte central del cauce. Tomás parecía agotado. La cadencia del braceo había descendido considerablemente. Si no hacía un último esfuerzo y lograba acercarse a una de las dos orillas, el rescate sería imposible.
Apenas quedaban unos metros para que Pico de loro llegase a la altura de Fran y su padre cuando vio aparecer por el callejón contiguo a la casa de Fran a una bola peluda galopando y salpicando el agua acumulada en su pelaje. Whisky corría como nunca lo había visto Julio. No estaba tan cerca, pero a Julio le pareció que el perro saltaba por encima de Fran. Voló y voló hasta aterrizar encima de su dueño. Perro y hombre desaparecieron bajo el agua. A Julio se le paralizó el corazón. Los segundos se le hacían eternos.
Al fin aparecieron, abrazados. El impulso de Whisky los hizo emerger cerca de su padre, que, no sin esfuerzo, pudo agarrarlos y tirar de ellos.
Fue al ver a salvo a Tomás cuando Julio no pudo evitar sentarse temblando en el suelo y romper a llorar.